viernes, 9 de septiembre de 2016

Mi primera vez en bikini: ¿me tapo o me destapo?


El uso del bikini en Nicaragua es relativamente reciente, recuerdo que era un verano del sonado año 2000, íbamos al río otras chavalas y yo  (18 abriles), nos metíamos al agua con pantalón y camisetas largas, que nos llegaban a la rodilla; una especie de “burkini” (es un traje de baño especialmente diseñado para mujeres musulmanas que solo deja al descubierto la cara, las manos y los pies) a lo Nica. 
En la estampa de improvisadas cocinas de piedra, donde las mujeres asaban carne, o hervían frijoles y los hombres plácidamente brindaban con ron, no había ni trajes de baño enterizos, ni de dos piezas.

Y esta escena creo que se continúa repitiendo.

Fui una adolescente llena de muchísimos complejos, no me gustaban mis piernas, mi color de piel, mis estrías; recién estrenadas por mi crecimiento de caderas, mis ojos me parecían demasiados grandes, mi hermano mayor se encargaba de  decirme lo feo que para el eran; mis “grandes ojos” de camión o de Bart Simpson.

¿Cómo aprendí a odiar mi cuerpo? Seguramente que no fue por arte magia, o por una llama diabólica que creció solo porque sí dentro mi ser, las voces que afianzaban mi inseguridad eran externas. Es difícil nombrar en que momento específico, me enseñaron que los cuerpos lindos, son los delgados, los blancos o los sin memoria: sin cicatrices, sin estrías y sin celulitis.

Con el caminar de los años afortunadamente evolucione, aprendí a ser más generosa conmigo misma y las demás, madure y de la mano del feminismo “desataron a la bestia”. 
Una de las primeras veces, que me puse traje de baño de dos piezas, fui tan suertera que ese mismo día, a algún genio que me odiaba, se le ocurrió llevar a las candidatas a “Miss Canadá”, que se paseaban confiadas por la playa, con sus espigados cuerpos y delgadez presuntuosa, llenando diminutos y coloridos trajes de baño. Era la prueba más grande de seguridad para mí, pero lo logré lucí mi traje de baño negro.

En parte, podríamos pensar que usar un bikini es sinónimo de libertad, recuerdan la imagen donde un hombre, en los años 50 medía el largo apropiado del bikini. ¡Bravas!, conquistamos nuestro derecho a “destaparnos”, sin embargo, antes de ir a la playa con tu flamante bikini recuerda:
  • Haberte depilado las piernas, la zona púbica y las axilas 
  • No tener ningún tipo de estrías, de crecimiento, ¡Aaah! Y si pariste, y ya soportaste, la cabeza de 35 centímetros de tu bebé pasando por tu canal vaginal, amamantaste y te desvelas, que no se te ocurra haber quedado con estrías de maternidad. ¡Opérate! 
  • Abdomen plano y firme, nada de flacideces y gorduras colgantes. 
  • Trasero alto, presumido y del tipo JLO 
  • Sin cicatrices, ¡torcida vos!, si te operaron de la apéndice o te hicieron una cesárea 
  • Cero celulitis, piernas lisitas, sin cráteres 
  • Nada de arrugas, si estás vieja, el bikini no es para vos. 
  • El color de tu piel debe ser parejo, sin partes oscuras en la entrepierna o las axilas. 
  • Tenés que estar delgada, como las modelos de Nicaragua Diseña, si sos gorda, quédate en la casa, no queremos verte.
La fiscalización y control hacia el cuerpo de las mujeres, es perverso y violento, estamos automáticamente definidas a la sombra de los deseos masculinos, una pieza como el bikini es constantemente sexualizada y evaluada, por ello muchas mujeres sufren a la hora de elegir una.

El cuerpo de las mujeres históricamente ha sido el escenario ideal, para que las religiones, medios de comunicación, industria de la moda y los Estados, dicten normas de cómo, debemos vestirnos, que tan grandes deben ser nuestras tetas, nuestros traseros, la cantidad de hijos que debemos parir, con quién tenemos que acostarnos, la edad en que tenemos que casarnos, los trabajos que debemos realizar y la lista podría continuar.

Quizás a este punto alguien debe estar pensando el clásico: “Que exageradas son las feministas, en todo ven opresión”, sin embargo, la triste realidad se encarga de gritarnos lo contrario. 

Ahora les propongo unir, el extremo de este hilo con otro en otra parte del mundo, en la “otra cara de la misma moneda”, en Francia en pleno 2016, a las mujeres, musulmanas y migrantes, se les está obligando a no usar el “burkini”, que como había mencionado, es un traje de baño especialmente diseñado para mujeres musulmanas que solo deja al descubierto la cara, las manos y los pies, 30 municipios aprobaron decretos, en contra del uso de esta pieza, que se consideraba atentaba “contra el estado laico, las buenas costumbres, la higiene y seguridad”. 



Lo anterior, generó un gran debate, un bloque de feministas alegaba que, era una medida acertada, porque el “burkini” representaba la opresión hacia a las mujeres, desde la cultura musulmana y otro bloque argumentaba, que las mujeres son quiénes tendrían que tener la libertad de decidir, sí usarlo o no. ¿Se imaginan un decreto similar en Nicaragua?, que obligue a las mujeres de la zona rural a usar bikini, o a las lesbianas a “salir del closet”.

“Las mujeres de allá y nosotras las de acá” seguimos siendo el “territorio” a conquistar, esclavizar y “destapar o tapar” para la cultura machista. 

De manera que, la relación con nuestro cuerpo, no es tan distinta, de la vivencia de las mujeres musulmanas y nosotras no estamos totalmente “liberadas” por el solo hecho de usar un “bikini”, por ejemplo, yo siento un rabia volcánica, cuando voy a la playa y mi compañero-hombre, solo toma su short, sus sandalias y ¡basta!, yo “debo” depilarme, gastar en máquinas de rasurar, cremas, soportar alergias y perder tiempo de vida haciéndolo.

Y esto que, estoy más o menos consciente de la opresión, fiscalización y control hacia el cuerpo de las mujeres, pero aún no me libero totalmente, lo estoy intentando, a mi ritmo, justamente el triunfo del machismo consiste en que no todas, estamos dispuestas a asumir y rebelarnos contra la “desaprobación de nuestras cuerpos” ejercidas por hombres y mujeres también.

Todas en alguna medida continuamos “obedeciendo” y dándole gustito al patriarcado (desde el “tercer mundo” o en Francia un “país de primer mundo”): usando maquillaje para ser “lindas” a la vista masculina, aplicándonos cremas anti-arrugas (la vejez no es sinónimo de belleza), utilizando un brasier push-up (yo los uso), de los que te las levantan hasta la barbilla o utilizando tacones, todo ello al igual que el “burkini”, son raíces del mismo árbol del patriarcado, machismo y sexismo.

Por lo que, no considero que obligando a algunas mujeres a “destaparse” estemos logrando su emancipación, no, no sino pasa por procesos de concientización y empoderamiento, personales y colectivos que requieren empezar a construir nuestro amor propio y rebelarnos contra las voces externas pero también las internas que nos dicen que no somos lo suficiente hermosas.

Yo quiero continuar haciendo mi lucha, desde mi cuerpo, cuestionándome constantemente y apropiándome de mi derecho a “taparme o destaparme”.

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