El sonido de las manos
gruesas de mujeres que con fuerza y determinación le van dando la forma redonda
a las tortillas en una composición musical de algarabía ancestral del maíz, el
olor a piña, mangos y sandías todas frutas de temporada, el talento de
equilibrar no meter el pie en un charco, surfear entre los hombres con pesadas
cargas en los pasillos y recovecos, rebuscar, regatear como un tesoro la mejor
verdura, la más fresca y sentir un aire triunfal cuando los vendedores te
dicen: si lleva 3 le rebajo, todo esto solo sucede en el apasionante mundo de
los Mercados.
Recientemente he
abierto los ojos de la sensibilidad por el gusto de comprar en el Mercado
Guanuca en mi pueblo (acá suena música celestial y un rayo desciende sobre mí
cabeza), en el mercado he descubierto un hormiguero de historias vivas, de pasión,
ingenio y supervivencia que solo se me han puesto en frente por la relación con
las vendedoras que se hace cercana y cotidiana, situación que no sucede si compras
en el Supermercado y acá me encuentro a la Olivia la que vende cuajadas:
Me recibe en su casa de
paredes muy limpias y pintaditas en color pastel, con adornos de esos que traen
de Masaya y son parte de la decoración de las casas Nicas, en la entrada se
encuentran sus dos hijos adolescentes Abner de 18 y Oliver de 17 que con sus
manos van sacando de una tina pequeñas cantidades de una masa para hacer unas bolitas
pequeñas que se convertirán en “cuajaditas”, ¡mis favoritas!, más adelante la
Olivia me cuenta cómo es que se preparan, me hace pasar al comedor de su casa,
le baja a la música que sus hijos escuchaban para hacer más entretenida la
labor, saco mi grabadora-prestada para no perderme ni una palabra de su
historia, se intimida con la grabadora, se me olvida que no deja de ser un
chunche medio extraño entre dos personas que empiezan a conversar, su pequeño
hijo Jocsan de 1 año en pañales se sube al comedor y empieza a ocupar la mesa
como pista de carrera para llamar mi atención, finalmente terminada esta ristra
de sucesos, Olivia se suelta un poco más y las palabras empiezan a retoñar de
su boca:
Mujeres que motivan
a otras mujeres
Olivia en su tramo en el Mercado Guanuca-Matagalpa |
Yo al principio no
sabía nada de negocio, lo único que yo sabía era buscar a dios, entonces le
empecé a pedir a dios sabiduría, porque yo no tenía familia que trabajara en el
negocio como para que me ayudaran.
Todo se me fue a acomodando,
ahora hay personas que me trabajan, llego la Marta es una compañera que cuida
el tramo, tiene mucha habilidad para las ventas y su propio negocio dentro de
mí tramo, el de las tortillas yo de allí no me lucro nada. Cuenta que por la
Martha fue que se animó a hacer la primera gran inversión en su tramo, cuando
unos comerciantes le llegaron a ofrecer 5 quintales de cuajada y 5 de queso, me
continua diciendo en un tono de voz tímido pero seguro: “yo soy miedosa para
invertir siento que voy a fracasar pero la Martha es la que me anima”
Nada que ver con
el banco
Le pregunto si tiene jaranas
con el banco, con actitud resolutiva que solo la genera la experiencia de todos
los días, me comparte sus principios de economía aprendidos a “hacha y machete”:
un año tuve una crisis y me toco sacar un préstamo en el banco, daba una cuota
de setenta dólares mensuales, pero yo pensé…. si yo puedo pagar una cuota
también los puedo ahorrar y deje de hacer préstamos y así es como me ha dado
hasta para construir mi casa con ahorros, sin préstamos.
Yo quiero innovar, lo
que uno no hace, lo hacen los hijos y son mis hijos los que me dicen: “Mama
vamos a hacer una marca e ir a ofrecer a los Supermercados hasta podríamos
exportar”, lo último que invertí fue en un frízer y ahora lo quiero meter en el
tramo.
Hace una pausa mientras
piensa y continúa diciendo: yo no lo he puesto mucha mente al tema de dinero,
yo sé que tengo dinero, que tengo que pagar, sumar, restar pero en administrar
el dinero así no lo pienso.
Le cambia la voz y en
un tono seguro y orgulloso dice: tener un trabajo propio me ha ayudado mucho como
mujer eso me levanta el autoestima, no es lo mismo que te estén llevando el
salario, que te estén diciendo: “¡mirá con esto tenés que ajustar para la
quincena!”, yo con mi dinero digo: ¡quiero comer esto y hacer tal cosa! y así
uno no está dependiendo del salario, ni de otra persona, eso es una ventaja
como mujer que uno tiene, en su casa y con los hijos. Dice que con su marido de
nombre Oscar nunca ha tenido problemas con que sea ella que maneje el dinero y nunca le dijo que fuera a trabajar.
¡Usted huele a
queso!, experiencias difíciles
Entre risa tímida y pizcas
de pena: estoy en el área de venta de quesos y cuajada, el aroma, el tufo se penetra
aunque vos te cambies ropa, ya te conocen por el olor, un día un taxista me
dijo: “ve, los vende quesos por mucho que se bañen, se echen perfume, huelen a
queso. En la Iglesia una niña me dijo: “Usted huele a queso” y dicen que los
borrachos y los niños siempre dicen la verdad.
Recuerda que en el bus
una muchacha iba a su lado pero en cuanto pudo se retiró y se fue a sentar a otro
asiento. Cuando tiene que salir a hacer pagos, compras, debe hacerlas antes de
ir al Mercado, para que no se le pegue el olor a queso, para ella eso es una
experiencia difícil así lo siente me dice.
Entre carcajadas afirma:
la vida en el Mercado en realidad no me gusta, una se va adaptando, pero yo
siento que no tengo el arte de estar allí todo el día, me cansa la habladera,
la fregadera, los cuechos y la competencia. Tampoco
me gusta que llegan hombres y te acosan. Y en realidad la Olivia por lo que se
ha asomado de su personalidad durante la entrevista no cumple con el
estereotipo de como una imagina a una mujer “mercadera” como solemos llamarla
pero allí radica su fortaleza en haber logrado saltar sus propios límites.
¿Cómo se hacen
las cuajaditas de a peso?
Cuajaditas secas hechas por Olivia y sus hijos. |
A estas alturas he
decidido apagar la grabadora y Olivia se muestra más confiada y me explica
haciendo movimientos con las manos, que primero se hace una mezcla mitad de
cuajada y mitad de queso se tiene que desmoronar bien hasta hacerla como polvo
y así esa masa se vuelve más suave y permite que se pueda pegar en pequeñas
bolitas, después se enciende el fuego sin que haga muchas llamas, necesitamos
el humo y en un tapesco ponemos en alto sobre el fuego las cuajaditas para que
se ahúmen y queden con ese saborsito ahumado y color dorado con unas rayitas en
el lomo.
Como buena observadora
de las necesidades de sus clientes, ha logrado adaptar sus productos de acuerdo
a la demanda, en su tramo se encuentran cuajadas de a peso, tres, cinco y de
diez para quién no puede comprar la pelota de cuajada completa.
Finaliza diciéndome,
mientras me acompaña a la puerta, en el Mercado a uno se le abre el sentido, (chasquea
los dedos como para agregar chispa) uno se abre al negocio, uno mira desde lo
más pequeño, por ejemplo muchachas que venden tomates, compran una cajilla de
tomate y allí se ponen hasta tienen su propia clientela solo de chiltomas,
cebolla, papas y tomates y allí van agarrando para comprar sus casas, sus cosas
y eso les ayuda, así es la vida en los Mercados.
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