Por: Oralia del Carmen Sobalvarro
Soy hija de un padre alcohólico, esa es una de las huellas en mi vida pero no es todo el camino y a esta altura de lo que he recorrido nombrarlo y soltarlo al viento es liberador y sanador.
Si me conecto con las emociones respecto a la relación con mi padre recuerdo miedo, de hablarle, de equivocarme y de provocar una reacción violenta o hiriente de su parte. Tenía sentimientos confusos hacia el todo el tiempo por el cambio constante de su estado de ánimo, un día podía ser amoroso y presente y otro día violento y ausente. En el patio de la casa una noche tapándome los oídos para no escuchar sus gritos, desee con todas mis fuerzas que se muriera que le pasara el tren encima para ser específica.
La relación con nuestras madres o padres son la raíz de nuestros aprendizajes emocionales, siendo niñas carecemos de las herramientas para asimilar y comprender las crisis, el estres y los conflictos, son los adultos que tienen la responsabilidad de acompañar, proteger y educarnos emocionalmente para que siendo adultos podamos gestionar y enfrentar la vida.
Mi padre aparte de alcohólico era violento, que no son automáticamente dos reacciones que vienen juntas, muchos alcohólicos pueden ser bonachones y pasivos.
Para una niña comprender sus drástricos cambios de humor y de personalidad era una tarea imposible, por lo que mi forma de vivirlo era solo a través de las emociones y sensaciones corporales.
La verguenza, sentía una profunda verguenza de que mis amiguitos del barrio se enteraran de sus gritos ofensivos a media noche (siempre tuvo una voz fuerte y ronca la que me heredó), de sus empujones de puertas para querer entrar a la fuerza a la casa, ante la negativa de mi Madre de no dejarlo entrar.
Una vez llego a mi escuela de primaria, borracho y sucio, me habló desde afuera, nos separaba una maya de metal através de un hoyito saco su mejía y me dijo: "Niña deme un beso yo soy su Papá" sentí su aliento que hervía a ron y olor dulce (paradógicamente aún me gusta el olor de aliento a alcohol) no pude rechazarlo tenía mucho miedo, mis amiguitos me preguntaban y se reían: "¿Ese es tu Papá?
Culpa, uno de mis mecanismos de niña para comprender lo que vivía era que si me portaba lo suficientemente bien el no se molestaría y no tendría razones para tomar, los niños inconscientemente se culpan de las situaciones familiares, me había inventado según yo estrategias mágicas o así las llamaba para que ese día mi Papá no llegara borracho y no nos agrediera, pensaba que si lavaba veinte veces un vaso el no llegaría, si rezaba cien padres nuestros y oraciones al Arcángel Rafael (me parecía un super héroe el Arcángel en su estampita) no habrían gritos y escándalos, lo quería creer.
La primera vez que fui consciente de las heridas aún abiertas de mi relación con mi Padre, fue hace seis años en un ejercicio de una técnica terapeútica que se llama: constelaciones familiares, en dicho ejercicio un compañero representaba a mi Padre y yo debía estar frente a el y ver que emociones encontraba, no fuí capaz de verlo a los ojos, ni acercarme, lloré. Ese día supe que mi niña interior debía gritar, odiar y reclamar por el amor y protección que no encontró en la figura paterna.
Después de esa invitación a sanar, empecé a nombrar el dolor y a platicar con el y en parte de ese andar me encontré con el libro de la psicóloga Robin Norwood "Mujeres que aman demasiado" aborda las relaciones de dependencia emocional que vivimos las mujeres (también los hombres pero su libro relata más historias de mujeres) por los aprendizajes emocionales que vivimos de niñas.
En "Mujeres que aman demasiado" la psicóloga explica que las hijas de padres alcohólicos cuando son niñas toman dos caminos de compartamiento: 1.- son las aplicadas, obedientes y buenas niñas porque no quieren provocar a sus Madres más conflictos de los que ya existen en el hogar, 2.- son rebeldes, mal portados y desobedientes como una reacción a la crisis vivida, mi hermano mayor reacciono de esa forma y hoy también es alcohólico.
Mi elección de comportamiento fue la primera siempre fuí la buena alumna, la mediadora, la simpática, la sonriente, la que protegía y cuidaba a mi Madre, la que no se metía en problemas, la que quería resolver los conflictos en mi casa y se sentía responsables de ellos, fuí empujada a madurar rápidamente, salte etapas de sana rebeldía.
Continué haciendo camino para sanar, observando como mis aprendizajes emocionales de niña se repetían en relaciones de dependencia, violentas con hombres silenciosos y lejanos que reproducían de alguna forma el ciclo vivido en mi infancia, cuando comencé a sanar también puse en discusión mis referencias masculinas y reconstruí referencias masculinas amorosas, presentes y respetuosas, la que hoy tengo con mi compañero de mi vida y amigos varones de los que he recibido afecto y sostén.
Esta herida de la infancia también me ha hecho crecer emocionalmente, he observado cuáles de esos aprendizajes emocionales entrecruzan mi personalidad, los he puesto en discusión y he aprendido a soltar aquellos compartamientos que han tenido raíz en el desamor, el abandono y la violencia.
Si me distancio del rol de hija y la niña herida, creo que puedo comprender a mi Padre, creció en una familia de 6 hermanos, su Padre también era alcohólico y violento, su primer par de zapatos se los puso a los 15 años, no aprendió a leer y escribir sino hasta los 35 años cuando mi Madre le enseñó, no podía darme lo que la vida no le había dado a él, en situaciones de pobreza emocional y económica en nuestros países Latinoaméricanos el alcohol es la salida para no ver y sentir, sino basta mirar a nuestro alrededor.
Tuve la fortuna de encontrar a mujeres sanadoras que me llenaron de coraje, para que el húmedo y mohoso silencio no se apoderada de mí y me dieron la oportunidad de entrar en círculos para sanar y zursirnos tiernamente las heridas unas a otras. Una de estas técnicas es el sicodrama feminista, una terapia que combina la psicología con elementos de teatro.
Es vital recurrir a terapias de sanación para comprender las heridas, es romper con el enorme estereotipo cultural que ir al psicológo es "para locos", sino nos llenamos de coraje y hablamos de nuestras heridas emocionales nos seguiremos relacionando desde el dolor y el abandono.
Aún continúo sanando pero la herida ya cicatrizó, no pude decidir sobre lo que viví en mi infancia, pero si decidir en que medida esas vivencias no me definen en mi etapa adulta, aún no puedo hablar de perdón hacia mi Padre, nunca he visto el perdón como una meta y tampoco lo fuerzo, el perdón llegará cuando mi cuerpo y mi alma sabiamente estén listos para hacerlo.
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1.- Hijos adultos de padres alcohólicos de Jane Woititz